mi perro bat que se me murio en noviembre 27 del 2015 era el mejor perro que tenia lo queria con locura y el a mi nadie no se hacercaba a mi ha pegarme
Si con mi módem
ADSL me bajo 100MB en 2 minutos y 8 segundos ¿Cual es la
velocidad de
transferencia del módem?
2, 8, 128seg
100x1000=100000x1000=100000000x8=800000000 b
800000000/128=6250000 bts
19)
¿Cuánto tarda
una conexión ADSL de 6 Mb (megabits por segundo mega=1.000.000) en descargar un
archivo de 25MB?
25MBx1000=25000KB x1000=25000000B
x8=200000000 b
200000000 /1000=200000 kb / 1000=200MB
200 Mb / 6 Mbps =
33.333333333333333333333333333333 seg
20)
Con un escaner
que tiene una resolución de 600ppp escaneamos una imagen de
5x3 pulgadas.
Sabiendo que la profundidad del color que se va a usar son 32 bits. ¿Qué tamaño
tendrá la imagen escaneada?
911.3KB
21)
Si el escaner
anterior es capaz de escanear 4 páginas de 10x7 pulgadas por minuto y cada
punto lo representa con 32 bits, expresa la velocidad de trasferencia del
escaner en MB por segundo
yo estoy encontra del video de ayer porque todo el mundo se queja que hay mucha contaminación todo las impresora la podían arreglar ha sin se recicla las cosas arreglando los ordenadores y las impresoras ha sin en todo el mundo no habría contaminación
yo estoy encontra del video de ayer porque todo el mundo se queja que hay mucha contaminación todo las impresora la podían arreglar ha sin se recicla las cosas arreglando los ordenadores y las impresoras ha sin en todo el mundo no habría contaminación
EEnn uunn lluuggaarr ddee LLaa MMaanncchh aa No quiso acordarse del nombre del pueblo o de la aldea, pero sí de la inmensidad de un territorio que está lleno de lugares inolvidables. En cualquier caso, esa imprecisión es una de las incertidumbres de las que está lleno el Quijote y a las que tan magistralmente se ha referido Carlos Fuentes, Presidente de Honor de la Conmemoración del IV Centenario de la Primera Edición que ha organizado el Gobierno de Castilla-La Mancha: “Todo es incierto en El Quijote. Incierta la autoría (…). Nombre incierto (…). Rocinante fue “rocín antes”. Dulcinea, la damisela ideal, es Aldonza, la campesina común (…). Lugares inciertos ….” En una ínsula literaria es incierta también la línea que separa la realidad de la ficción, los rebaños de los ejércitos. El cielo y la tierra que en la Mancha se unen en el horizonte, formando esa línea imaginaria que separa a Rocinante de Clavileño. La Mancha, ha escrito uno de nuestros mejores poetas, es un gran anchu- rón cósmico. Cuando Jean Cocteau se encaramó al cerro Calderico de Consuegra, entre el castillo y los molinos, exclamó: “por fin he visto el plane- ta”, al divisar el inmenso espacio que se abría ante sus ojos desde ese mirador del universo. Algunos autores han querido explicar el escenario de las hazañas del Quijote como una ironía más de Cervantes. La Mancha sería la ausencia de cualquier paisaje digno de un libro de caballerías. Una desmitificación, una extravagancia que hiciera sonreir a los seguidores de Amadís de Gaula, Lisuarte de Grecia, Florisel de Niquea, Felixmarte de Hircania o Florando de Inglaterra. Cuantas teorías han tratado de dilucidar las razones que movieron a Cervantes para vincular el nombre del Quijote con el de la Mancha suenan incompletas, porque acaso los motivos no son del reino de la razón, sino que estriban, sin más, en la genial intuición de Cervantes que, partiendo de consi- derar a todo hombre hijo de su paisaje, vio en la sabana manchega, generosa de cielo y luz, el ámbito destinado a engendrar los delirios del más noble e ide- alista de los locos. “¿No es éste el medio –escribió Azorín refiriéndose a la anchura manche- ga- en que han nacido y se han desarrollado las grandes voluntades, fuertes, poderosas, tremendas, pero solitarias, anárquicas, de aventureros, navegantes, conquistadores?” En todo caso, como ocurre con tantos aspectos en la obra de Cervantes, la realidad acaba confundiéndose con la ficción. Superándola, como en la vida misma. Henry Levin ha desvelado la fórmula magistral de Cervantes: “No es ni más ni menos que un reconocimiento de la diferencia entre los versos y los reversos, entre las palabras y los actos; en resumen, entre el artificio literario y lo real, que es la propia vida”. Eladio Cabañero aludió a la llanura manchega como “ese gran obrador de simultáneas anchuras”, una tierra de alta luz y ocho puntos cardinales. Los que marcan las aspas de los molinos como una mágica rosa de los vientos. Esta tierra, este cielo, tienen, como la figura del Quijote, dimensión univer- sal: “¿Quién que mire al cielo directamente no se olvida de términos municipa- les, provinciales, regionales y nacionales, se desentiende de vallas, mojones y medianerías, dejándose llevar, desde el paisaje propio y la casa paterna, allí hasta el horizonte sin fronteras, bajo la pura sensación de fundirse en una sola patria universal?” La Mancha es ancha y existe. La que conoció Cervantes y esta Castilla-La Mancha que es una región de España, un lugar de Europa, lejos del mar y la montaña, pero muy cerca del firmamento. En el cielo limpio de la Mancha, como dijera otro gran habitante del territorio de la lengua española, se ve mejor que desde ningún otro sitio “tiritar, azules, los astros a lo lejos”. Una experiencia que deberían tener todos los hombres. La Mancha se puede recorrer. No es una ficción. Es una realidad en la que se puede penetrar aunque, bien es verdad que, por ejemplo, por ella transcu- rre un río que nace en las Lagunas de Ruidera, que desaparece y que tiene ojos. ¿Puede sorprender que en la cueva de Montesinos se desvele que, en realidad, el Guadiana es un escudero de Durantarte convertido en un río por Merlín?. Este encantamiento, y muchos otros más, pueden conocerse en pleno siglo XXI. También ahora, otra vez, como escribiera León Felipe: “Por la manchega llanura / se vuelve a ver la figura / de Don Quijote pasar …” Esta es una tierra de locos, con frecuencia perfectamente cuerdos, y una locura de tierra. Una tierra que, entre todos, estamos convirtiendo en un sueño posible. En definitiva, como ha escrito Harold Bloom, “quizá lo quijotesco sea la modalidad literaria de una realidad absoluta, no de un sueño imposible, sino de un despertar de la mortalidad”. EEnn uu nn lluugg aarr dd eell iinngg eenniioo Alguien podría pensar que el hecho de que las empresas de Castilla-La Mancha estén entre las primeras de España en inversión I + D es consecuencia de algún encantamiento de Urganda o de cualquier otra maga. Pero es fruto del trabajo y del esfuerzo de esta sociedad y de la confianza en sí misma. Ese ha sido el verdadero Bálsamo de Fierabrás que nos ha curado de los males del abandono y del subdesarrollo: esta tierra, sus hombres y sus mujeres, han sabi- do convertir en un verdadero acelerador histórico la autonomía política, la capacidad de decidir por nosotros mismos y de administrar nuestro propio pre- sente. Por eso, tenemos futuro. Tenemos fe en Castilla-La Mancha y en lo que está por llegar. En lo porve- nir. Porque no depende de un milagro, ni de nadie ajeno y distinto a nosotros mismos. El futuro está en nuestras manos. Y en nuestro ingenio. Hoy más que nunca, porque ahora el saber, el conocimiento, está en la base de las posibilida- des del progreso de los pueblos. En el siglo XXI, más que en ninguna otra oca- sión, la materia prima más importante de la que puede disponer un pueblo para su desarrollo es su materia gris, la inteligencia de sus hombres y de sus mujeres, la educación y la formación de los jóvenes y del conjunto de la sociedad. Esa es nuestra gran respuesta estratégica: relacionar la ““ii”” de ingenioso con el desarrollo sostenible. La ““ii”” de ingenio con las ““ííeess”” de la iinvestigación, de la iinnovación, de la iinteligencia, de la iindustria aplicada, de la iinspiración, de la iimaginación creativa. Desde el momento mismo de su publicación, y sin pausa a lo largo de vein- te generaciones, una marea de lectores se ha deleitado y conmovido con las aventuras del ingenioso hidalgo, y miles de artistas e intelectuales han encon- trado en sus páginas una fuente de inspiración para sus obras, porque don Quijote constituye un referente universal para todos los hombres, cualquiera que sea su origen y cultura. El extravagante héroe de la Mancha es arquetipo que transciende todas las nacionalidades y fronteras y se erige en símbolo de la condición humana, atra- pada entre la aplastante realidad y un alado afán de ideales inalcanzables. Como afirma Martín de Riquer: “toda novela está montada, precisamente, en el contraste entre el ensueño caballeresco literario y la vida real”. Y Américo Castro señala: “Si hay en Cervantes una preocupación máxima, sería la de expresar literariamente el contraste entre las imaginaciones extraordinarias y fantásticas y la experiencia común y usual”. Pero de lo que inicialmente Cervantes concibió como una risueña parodia de los libros de caballerías, su genio acabó convirtiendo en una lúcida ilustra- ción del hombre y sus aspiraciones de perfección en un mundo tristemente imperfecto. Como quería Stendhal, la novela de Cervantes es un espejo a lo largo del camino, pero un espejo donde se refleja, no ya la España del XVI-XVII, sino el mundo entero en su desnudez múltiple y grandiosa. El trocar de ventas por palacios es prestidigitación de un alma que no se resigna a las groseras leyes del realismo, y el platónico amor por Dulcinea es el mismo, puro e ideal, que un día acabamos dejando atrás, si bien nunca conseguimos olvidar del todo. Castilla-La Mancha, al conmemorar el IV Centenario de la Primera Edición del Quijote, quiere emprender una gran aventura colectiva. La conquista del futuro relacionando el desarrollo con el conocimiento. En nuestra tierra tene- mos un gran sentido común, ese sentido de Sancho que le hace sabio, juez ecuánime y gobernador inteligente. Y tenemos la actividad vital, aventurera y ensoñadora del Quijote, que le hace recorrer rutas enderezando entuertos, tra- tando de conseguir un mundo mejor. Definitivamente, hemos dejado atrás la resignación y la desconfianza paralizante, la mezquindad del ventero –verdade- ro contrapunto del Quijote- que no se atreve a soñar ni a intentar las aventu- ras. Ahora, los castellano-manchegos, no tenemos miedo de despegar, no tenemos pánico a volar. EEnn uunn lluuggaarr ddee llaa hh iissttoorriiaa 1605-2005. Cuatrocientos años y más vigencia que nunca. Porque es un clásico. Una obra maestra que ha vencido al tiempo incorporándose al bagaje inmortal de la humanidad (¡Qué viejo el periódico de ayer, que actual este libro escrito en 1605!). Es la diferencia entre lo que tiene sólo interés inmediato, ins- tantáneo y caduco, y lo que permanece en el tiempo. Sin embargo, hay que entender el Quijote en su época, la decadencia espa- ñola del siglo XVII, en pleno apogeo del irrealismo que corresponde a los plan- teamientos cada vez más atrasados de la sociedad y de la economía españolas, inadaptadas a un tiempo que cambiaba y en el que, como escribió Pierre Vilar, por posición y coyuntura (no por religión o temperamento), la sociedad espa- ñola del 1600, antítesis de la sociedad puritana, vuelve la espalda al ahorro y a la inversión”. Seguramente una de las razones de la universalidad del Quijote se deba a que es un auténtico libro español de 1605, que cobra todo su senti- do en el corazón de nuestra historia. Por eso, “en él se puede gozar del denso brebaje de historia concreta que destila toda obra maestra”. La vida de Cervantes coincidió con los reinados de Carlos I, Felipe II y su hijo Felipe III. Del apogeo imperial cuando Gracián decía que “la corona del rey de España es la órbita del sol”, hasta los síntomas, cada vez más evidentes, de una profunda decadencia. El declive que observara Quevedo desde la soledad de la Torre de Juan Abad, en pleno campo de Montiel que recorrió Don Quijote: “miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuertes, ya desmoro- nados…” Mucho se ha escrito sobre la influencia en la economía española de la lle- gada del oro y la plata de las Indias. Pero no hubo que esperar a los estudios de Hamilton. Había contemporáneos clarividentes; otra vez Quevedo recordan- do que poderoso caballero es don Dinero: “Nace en las Indias honrado, /donde el mundo le acompaña; / viene a morir en España, / y es en Génova enterra- do.” En 1600, contemporáneo pues de Cervantes, González de Cellórigo, hacía el diagnóstico de la influencia en la economía de tanta abundancia de metales preciosos que había conducido a una situación irreal, ficticia: “y el no aver tomado suelo procede de que la riqueza ha andado y anda en el ayre, en pape- les y contractos, censos y letras de cambio, en la moneda, en la plata y en el oro; y no en bienes que fructifican y atrahen a sí como más dignos las riquezas de afuera, sustentando las de dentro”. …” Y sintetiza formando una paradoja que haría las delicias de los conceptistas: “el no haber dinero, oro ni plata, en España, es por averlo, y el no ser rica es por serlo”. Por cierto, que un lugar de la Mancha, cuyo nombre es Almagro, tiene mucho que ver con los préstamos del rey, “los papeles y contractos, censos y letras de cambio”. Su porte señorial, su aire flamenco, sus encajes y su plaza, se relacionan directamente con los Fugger, los banqueros de Carlos V, que con- trolaron el azogue de Almadén y con él toda la producción mundial de la plata, desde la capital del Campo de Calatrava. En 1600 se estaba notando en España uno de los efectos de la primera mundialización. Desde 1492, el orbe conocido dejó de ser sólo Europa y, para- dójicamente, la Castilla que abrió nuevos mundos era arrastrada por no asimi- lar sus consecuencias. Entonces, como hoy, hubo muchas voces contra la glo- balización, pero las carabelas de Colón no podían regresar. Ya se podía cruzar la mar océano, aunque a algunos les diera miedo o no supieran adaptarse al nuevo mundo. Hoy estamos viviendo otra globalización y la respuesta no puede ser de nuevo la inadaptación, la marginalidad, la cuneta de la historia. Seguramente la respuesta adecuada no sea negar el hecho, sino saber aprovecharlo. Como dice Carlos Fuentes: “ante todo, gobernanza local efectiva: política”, porque “no hay globalidad que valga, sin localidad que sirva”. Y, ya puestos, globali- cemos también, y sobre todo, otras cosas: los derechos humanos, por ejemplo. Y la educación: “tan sólo una rebaja del uno por ciento en gastos militares en el mundo sería suficiente para sentar frente a un pizarrón a todos los niños del mundo”. Castilla-La Mancha, una realidad política nueva que aspira a una gober- nanza local efectiva, no está dispuesta a quedarse en la vía muerta de los pro- yectos que ya no tienen energía y, en la búsqueda del desarrollo sostenible, queremos encontrar la energía más limpia y renovable de todas: la de los hom- bres y mujeres de nuestra tierra. Ahora, por primera vez, nosotros protagonizamos nuestra propia historia y eso nos llena de responsabilidad y esperanza. Construyamos un mundo mejor, edificando una Región mejor. Seamos quijotes enderezando los entuertos de nuestro entorno más inmediato. EEnn uunn lluuggaarr ddee llaa bb iibb lliiootteeccaa Unas consideraciones sobre esta edición. Soy consciente de que Don Quijote de la Mancha está en todas las casas. Como la Biblia. Forma parte de nuestro imaginario vital y de nuestra educación intelectual y sentimental. Todo el mundo tiene una determinada imagen del Quijote -y de Sancho,- mil veces reproducidas de todas las maneras, en todos los formatos y sobre todos los soportes. Sin duda, la influencia del Quijote en la literatura mundial, en la cultura universal, es enorme y está muy estudiada. También es grande su influencia popular, en la vida cotidiana, en la concepción del mundo y de la vida de los españoles, en su vocabulario. “Quijotismo” es una acepción en la lengua de Cervantes y todo el mundo entiende lo que se quiere expresar cuando de alguien se dice que es “un Quijote”. Los centenarios tienen la ventaja del recordatorio y de la memoria. Del III Centenario, celebrado en 1905, con la resaca de la Generación del 98, ha que- dado relativamente poca cosa: una medalla conmemorativa, un discurso de Valera en la Real Academia y una cierta producción bibliográfica. Nosotros tenemos la ambición de que quede algo más en Castilla-La Mancha con ocasión de un pretexto que debe servir para nuestra moderniza- ción, el incremento de nuestra riqueza, de nuestra cultura y de nuestra autoes- tima. Y debe servir también para que todos los castellano-manchegos tengan en su biblioteca, el paraíso que nos desea Borges, otro gran habitante del terri- torio del Quijote, un ejemplar, usado por la relectura, de la gran obra de Cervantes por la que nos conocemos mejor a nosotros mismos. José María Barreda Fontes Presidente de Castilla-La Mancha IINN TTRR OODDUUCC CCIIÓÓNN EEddiicciioonneess La primera edición del Quijote lleva el nombre de «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, año 1605, en Madrid, por Juan de la Cuesta. Véndese en casa de Francisco de Robles, librero del rey nuestro señor». En 1615 se publica la segunda parte cervantina: «Segunda parte del Ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, por Miguel de Cervantes Saavedra, autor de su primera parte, año 1615, en Madrid, por Juan de la Cuesta. Véndese en casa de Francisco de Robles, librero del rey N.S». En 1614 se había publicado el llamado Quijote falso de Avellaneda: «Segundo tomo del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras. En Tarragona, en casa de Felipe Roberto, año 1614». Existen, por tanto, tres Quijotes, tres obras distintas, cada una de las cua- les responde a una concepción diferente de carácter estético e ideológico11. Centrándonos en la magna obra cervantina22, objeto de este estudio, estas son sus características. EEll QQuuiijjoottee ddee 11 660055 Un hidalgo cincuentón de un «lugar»33 de la Mancha, Alonso Quijano, a quien sus paisanos llamaban el Bueno, pierde el juicio de leer libros de caballe- rías y decide imitar a los héroes cuyas hazañas veía escritas en dichos libros y dejar de ser hidalgo de aldea –rocín, galgo, hurón, lanza y adarga– para con- vertirse en caballero aventurero. Realiza un auténtico ascenso social por su cuenta, y, sin tener derecho por su condición de hidalgo a utilizar el don de caballero, él se lo pone delante de su nombre inventado y se hace llamar don Quijote de la Mancha. Se provee de armas antiguas y desiguales, propias y de sus abuelos, se viste algunas piezas de una armadura arrumbada en un rincón y tomada del orín, y se compone un equipo completo de caballero andante, haciendo de un morrión de alabardero celada de caballero con cartones de papelón, alambres y unas cintas verdes, de tal manera que, más que de un caballero armado como es debido, el efecto que produce es el de un hombre disfrazado, un personaje de carnaval que se mostrara así en todas las épocas del año. Encomendándose a su dama, Dulcinea del Toboso, en quien él había idealizado a la campesina Aldonza Lorenzo, y montando en su desvencijado 1 Véase el libro de James Iffland en la Bibliografía esencial. 2 Para la biografía de Cervantes, véase Jean Canavaggio, Cervantes [1986], Madrid, Espasa-Calpe, 1997. Para las restantes obras cervantinas véase el compendio de Franco Meregalli, Introducción a Cervantes, Barcelona, Ariel, 1992. 3 En el sentido del Diccionario académico: «Población pequeña, menor que villa y mayor que aldea». aballo Rocinante se pone en marcha en busca de aventuras por los famosos campos de Montiel. Sale de su «lugar» y se «desterritorializa» (Iffland) transgrediendo una norma no escrita de la sociedad aristocrática estamental, que reservaba a cada miembro del cuerpo social un lugar en el mismo: el labrador en sus pegujares, labrando la tierra; el hidalgo en su aldea, cazando con su hurón, atendiendo a la labranza de sus pocas yugadas de tierra y cumpliendo con sus obligaciones de cristiano; el caballero en la corte del rey, en el gobierno y en la milicia; el rey en el trono; los clérigos rezando. Por eso Alonso Quijano, al convertirse en don Quijote, esta cometiendo una auténtica transgresión social para su época, se está saliendo del papel que su sociedad le reserva como hidalgo de aldea. Además, en su segunda salida se lleva con él a un labrador, Sancho Panza, que está dispuesto a dejar de serlo, a abandonar el campo y a no trabajar la tierra, y a convertirse en conde, duque, gobernador de una ínsula, o incluso obispo en «un quítame allá esas pajas», aunque para ese último cargo eclesiástico tiene el impedimento, no poco grave, de estar casado con su Mari Gutiérrez, o Juana Panza o Teresa Panza, que de todas estas maneras es denominada en el libro la mujer de Sancho. Después de recorrer nuestro hidalgo fatigosamente la alta Mancha, solita- rio en su primera salida, se tropieza con una venta, que él cree ser un castillo, donde es recibido por dos mozas del partido (rameras), la Tolosa y la Molinera. Vela sus armas y es armado caballero por un ventero bribón, antiguo pícaro de los de la playa de Sanlúcar, a quien él confunde con el caballero señor del cas- tillo, el cual le despide recomendándole que para otra ocasión se provea de dinero y de camisas. Investido con el nuevo carisma de caballero novel, su primera hazaña con- siste en proteger a un muchacho, Andrés, a quien su amo, Juan Haldudo el rico, vecino del Quintanar, estaba azotando. Más tarde encuentra a unos ricos mercaderes toledanos, a quienes manda que vayan a El Toboso a presentarse a Dulcinea. Al no obedecerle, arremete contra ellos y se cae del caballo. Un mozo de mulas, poco paciente, no soporta las bravatas que don Quijote les diri- ge desde el suelo y le rompe la lanza en las costillas. Malparado y maltrecho, es recogido por su vecino Pedro Alonso, a quien él confunde con Rodrigo de Narváez y con el Marqués de Mantua, personajes literarios de sus libros y del romancero. El buen labrador lo carga en su asno y lo devuelve a su aldea, donde es recibido por su sobrina, por el ama, por el cura Pero Pérez y por el barbero maese Nicolás con alivio. Lo recogen y lo acuestan en su cama, mien- tras él sigue sumido en su delirio caballeresco. Estamos al final del capítulo 5. En el capítulo 6, el cura y el barbero mandan tapiar el aposento donde está la librería de don Quijote y hacen una hoguera en el corral a la que arrojan, ayudados diligentemente por el ama, los libros de caballerías y otras obras de otros géneros literarios que han causado la locura del hidalgo. Es un capítulo del Cervantes historiador de la literatura con valiosos juicios sobre la narrativa española del siglo XVI. Lo anterior podría ser el argumento de una «novella» corta a la italiana, de un cuento largo sobre la figura de un loco, semejante, por ejemplo, a la nove- la ejemplar cervantina de El licenciado Vidriera. Y probablemente fuera así, quizá el primer impulso del Quijote fuera esta historia corta. El argumento coin- cide con un anónimo Entremés de los romances (en el que se satiriza al escri- tor Lope de Vega), del cual, según Menéndez Pidal44, habría recibido Cervantes la idea inicial de su obra. Pero las últimas investigaciones (Murillo)55 parecen refrendar que el Entremés es posterior al Quijote y se habría inspirado en él. Una vez recobrado de su primera salida, se provee de camisas y de dinero, y busca la ayuda de un escudero, su vecino Sancho Panza, un rústico labrador y hombre de bien, «si es que ese título se puede dar al que es pobre», dice Cervantes, al que permite acompañarle en una caballería tan inadecuada para un escudero andante como es un asno. En el fondo Sancho, bobo y socarrón al mismo tiempo, está encantado con irse de su casa a la aventura y perder de vista por un poco tiempo a su mujer, de la que más adelante dirá que, si bien es verdad que no es muy mala, tampoco es que sea muy buena. Con la crea- ción de la figura de Sancho surge la principal aportación de Cervantes a la novela moderna: el diálogo. Los parlamentos entre el caballero y el escudero, llenos de sorpresas humorísticas, a causa de las situaciones y de las prevarica- ciones idiomáticas de Sancho, son un recurso permanente de comicidad: «arre- meta don Quijote y hable Sancho Panza», dirá un personaje de la Segunda parte. Y se reanudan las aventuras en esta segunda salida de don Quijote. Se suceden la de los molinos de viento (cap. 8), la de los frailes benitos y la del viz- caíno. En este momento se interrumpe la historia porque el autor (Cervantes) dice que el texto de donde nos enteramos que estaba tomando la historia no continúa («fallesçió el escripto», diría Berceo). Pero un día, paseando el autor en Toledo por el Alcaná (el barrio de los mercaderes que estaba pegado a la Catedral), encontró en la tienda de un sedero unos papeles escritos en caracteres arábigos. Se los hizo traducir por un morisco aljamiado de los que por entonces todavía vivían en la ciudad. Resultó ser la historia de don Quijote, obra de un tal Cide Hamete Benengeli (o sea, el Señor Hamete de Toledo, casi coincidente con el título de una obra teatral de Lope de Vega, El Hamete de Toledo, ya que Benengeli, significa «berenjenero», el mote que se daba a los toledanos), que reanudaba la historia truncada un poco antes, la cual entonces ya puede continuar con la victoria de don Quijote sobre el gallardo vizcaíno. A partir de aquí Cervantes es sólo el segundo autor, porque él esta tomando la historia de don Quijote de este historiador arábigo. Reanudada la historia, se encuentran con unos pastores a los que don Quijote dirige el discurso de la Edad de Oro (cap. 11). En este punto se sitúa la primera historia intercalada, la de Marcela y Grisóstomo, en la que don Quijote defiende razonablemente el derecho de la joven Marcela a no amar a quien la ama, aunque se hubiera suicidado por ella. Es el mundo de las novelas pasto- riles, de La Galatea cervantina de 1585, donde se plantean los «casos de amor» en abstracto, pero es el primer momento en que Cervantes se da cuenta de que su loco don Quijote, puede ser algo más que un loco para hacer reír a base de las confusiones de la realidad, de las payasadas y de los palos. 4 Ramón Menéndez Pidal, «Un aspecto en la elaboración del Quijote», en De Cervantes y Lope de Vega, Madrid, Espasa-Calpe, 1958, pp. 9-60. 5 Luis Andrés Murillo, «Cervantes y el Entremés de los romances», en Actas del VIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, eds. A. D. Kossoff et al., Madrid, Istmo, 1986, II, pp. 353-7. Los cuales sin embargo no terminan: se sucede la aventura con unos yan- güeses conductores de unas yeguas, con las que al malhadado Rocinante, en la única ocasión en que tiene un pensamiento no casto, se le ocurre la mala idea de refocilarse. Las consecuencias son de nuevo el apedreamiento de caba- llo, asno, caballero y escudero. Como pueden, llegan a una venta donde don Quijote fabrica el bálsamo de Fierabrás (que Sancho llama del Feo Blas), para curar las heridas. Después de ser aporreados por un arriero, por Maritornes y por un cuadrillero de la Santa Hermandad, Sancho termina siendo manteado por quererse ir sin pagar de la venta. Con alivio se alejan de la misma y se suceden la aventura de los rebaños de ovejas que toma don Quijote por ejércitos (cap. 18), la del cuerpo muerto, el episodio de los batanes, el de la rica ganancia del yelmo de Mambrino y el de la liberación de los galeotes (cap. 22). Este es uno de los momentos de inflexión más importante de la Primera parte. Don Quijote concede la libertad a una cadena de presos, condenados a remar en las galeras del rey, que iban conducidos por cuadrilleros de la Santa Hermandad. El más bellaco de los galeotes es Ginés de Pasamonte, que está escribiendo la historia de su vida como una novela picaresca, en el que Cervantes reflejó al escritor, y compañero suyo en Lepanto, Gerónimo de Passamonte. El episodio tiene graves consecuencias para caballero y escudero porque serán perseguidos por la Santa Hermandad. Sancho sugiere a don Quijote que se aparten de los caminos y se refugien en Sierra Morena, y así lo hacen. Estamos en el capítulo 23, la novela no terminará hasta el capítulo 52, las aven- turas lineales que les suceden a los protagonistas serán ya escasas. Pero a par- tir de este punto se intercalan relatos adyacentes a la acción principal, uno de los cuales, la novela de El curioso impertinente (caps. 33-35), es una novela exenta, la cual simplemente lee en voz alta uno de los personajes. Cervantes está aprovechando para su Don Quijote «novellas», relatos cortos, previamen- te escritos. Los otros relatos tienen una cierta relación con la acción principal, y Cervantes consigue la unidad en la diversidad, que era uno de los requisitos más difícil de conseguir en una narración extensa, en prosa o en verso, como lo ejemplifica la Jerusalén conquistada de Lope de Vega, una epopeya que se convirtió en una obra fracasada precisamente por este defecto esencial de falta de unidad. Reanudando nuestro argumento, don Quijote, imitando a Amadís de Gaula (que se retiró a hacer penitencia a la Peña Pobre con el nombre de Beltenebrós al ser rechazado por Oriana), decide quedarse entre los riscos de Sierra Morena en pelota (en pellote) y haciendo extravagancias, y manda a Sancho a llevar un mensaje a Dulcinea. Este se dirige a El Toboso, pero en el camino se encuentra con el cura y el barbero de la aldea de don Quijote que habían salido en su busca, los cuales le convencen para que les conduzca adon- de ha quedado el hidalgo. En medio de la narración se habían intercalado los relatos cruzados de dos parejas: Cardenio y Luscinda, Dorotea y don Fernando, en las que el «raro inventor» que era Cervantes consigue la proeza de mante- ner en tensión unas historias que continuamente se retoman y se abandonan. Es la novela barroca. Juntos todos estos personajes, fingen que la bella e inge- niosa Dorotea es la reina Micomicona, y consiguen sacar a don Quijote de entre los riscos de la Sierra. Con el cual llegan de nuevo a la venta de Juan Palomeque (caps. 32-46), cuyo nombre hemos conocido, donde se suceden nuevos episodios: el de los pellejos de vino, un nuevo discurso de don Quijote sobre las armas y las letras, la disputa baciyélmica con el barbero a quien caballero y escudero habían des- pojado de su bacía de azófar en los capítulos anteriores. Y nuevas novelas inter- caladas: ahora la Historia del cautivo, llena de recuerdos cervantinos de su cau- tiverio en Argel, la cual se entrelaza con la Historia del oidor y de su hija, que a su vez nos lleva a la Historia del mozo de mulas. Fingen un encantamiento de don Quijote y lo encierran en una jaula en la que es conducido, en un carro tirado por bueyes, por el cura y el barbero hasta su casa. En el camino encuentran a un canónigo toledano que viaja acompa- ñado de su comitiva, como un príncipe de la Iglesia que es (caps. 47-50). Con él mantendrán una sabrosa conversación de teoría literaria sucesivamente el cura y don Quijote, en la que Cervantes expuso su teoría literaria sobre la nove- la, las comedias y el poema heroico. Y así, después de despedirse del canónigo, el cura y el barbero devuelven a don Quijote y a Sancho (después de intercalar una última Historia de Leandra) a su casa. Cervantes dejó abierta la posibilidad de una continuación de su obra, indi- cando que en su tercera salida don Quijote fue a Zaragoza. Pero al mismo tiem- po inventó la existencia de unos pedantescos y latinados académicos de la Argamasilla, que hacían el epitafio de don Quijote como si este hubiera muer- to. Los académicos argamasillescos satirizan a los personajes del Quijote, que no salen bien parados de la sátira. Son alusiones en clave contra enemigos lite- rarios de Cervantes (Lope de Vega y sus seguidores, probablemente) al igual que los poemas y el prólogo de los textos preliminares de esta Primera parte. Entre esta Primera y la Segunda parte del Quijote cervantino se publicó el llamado Quijote de Avellaneda (1614). El autor o los autores (Avellaneda es un pseudónimo) de esta obra literariamente estimable realizaron una auténtica corrección del modelo cervantino (un «loco entreverado» con intervalos lúci- dos, don Quijote, que recorre España queriendo imponer por la fuerza su pro- pia justicia, atacando frailes y liberando galeotes; y un tonto-listo, Sancho Panza, dispuesto a cambiar de clase social y a ser gobernador o conde). Para neutralizar a estos personajes, socialmente transgresores, Avellaneda los llevó al sitio que la sociedad aristocrática estamental reservaba para ellos: el loco debe estar recluido en el manicomio donde sus actos y sus palabras no consti- tuyan ningún peligro, y así ingresaron a don Quijote en el hospital de locos más famoso de la época, el Nuncio de Toledo; el tonto-listo debe ir a la corte, pero no como conde u obispo o gobernador, sino como bufón eutrapélico para entretener a «los caballeros de buen gusto» en sus diversiones palatinas, como los bufones de los cuadros de Velázquez. Pero Cervantes no les permitió a sus enemigos literarios la adulteración de sus personajes y, en su Segunda parte, reincidió en su modelo transgresor: su don Quijote nunca irá al manicomio, sino que, una vez cumplida su misión, recuperará la razón y morirá pacíficamente en su cama. EEll QQuu iijjoottee ddee 11661155 La acción de la Segunda parte del Quijote comienza cronológicamente un mes después de la segunda vuelta de don Quijote a su casa. Hasta el capítulo 7 sólo hay diálogo: de don Quijote con el cura y el barbero, de don Quijote con Sancho, de este con su mujer. Aparece un nuevo personaje que cobrará gran importancia en la acción, el bachiller Sansón Carrasco, el trastulo (bufón) de las escuelas salmantinas, un personaje carnavalesco y burlón, como lo son los cha- tos y carirredondos, dice Cervantes. De manera general podemos decir que todo el argumento de esta Segunda parte se resume en la tercera salida de don Quijote y Sancho. Sansón Carrasco, para curar a don Quijote de su locura, le anima a que haga una ter- cera salida, con el fin de derrotarlo y obligarle, bajo juramento de caballero, a quedarse definitivamente en su casa y a no salir más por esos mundos. En el capítulo 5 hay un sabroso coloquio entre Sancho y su esposa en el que este trata de convencerla de las ventajas de ser escudero de un caballero andante. Después caballero y escudero salen de nuevo en busca de aventuras. Antes de empezarlas don Quijote desea ver a Dulcinea y se encamina a El Toboso (cap. 9), pero Sancho inventa un encantamiento haciendo creer a don Quijote que Dulcinea es una labradora a quien encuentran en el camino mon- tada en una borriquilla (cap. 10). Don Quijote está abrumado por la transfor- mación de su dama, verdaderamente poco agraciada pero ágil como un alco- tán, y agobia a Sancho preguntándole si está seguro de que la labradora es la misma que él ha visto en El Toboso en la Primera parte de la obra. Sancho, pilla- do en su mentira, no se atreve a acabar de mentir del todo y termina recono- ciendo a don Quijote que él sólo la había visto «de oídas». Luego acontece el encuentro con el caballero de los espejos y el escudero de las narices (caps. 12-15). El primero no es otro que Sansón Carrasco que, siguiendo su plan, va tras don Quijote para derrotarlo; el escudero es el tam- bién paisano Tomé Cecial, que va disfrazado con unas narices de carnaval des- mesuradas que tienen aterrorizado a Sancho. Se enfrentan, pero Sansón es derrotado, con lo que su plan se va al garete y don Quijote queda reforzado en su designio de seguir haciendo caballerías andantescas. Después acontece la aventura con los leones y el encuentro con el Caballero del verde gabán, que les invita cortésmente a su casa, donde les aga- saja. Este se llama don Diego de Miranda, y es un hidalgo de pueblo que lleva una vida moderada, semejante a como sería la de Alonso Quijano el Bueno si su mente no estuviera sacudida por la quimera caballeresca. No parece que don Quijote esté de acuerdo con esa vida pacífica de don Diego, que además tiene un hijo poeta, el cual lee sus versos a un estusiasmado don Quijote que no cesa de alabarlos. Más tarde asisten a las bodas del rico Camacho (caps. 20-21), un breve epi- sodio intercalado que ya no tiene el carácter de los de la primera parte. Los nuevos episodios están más entretejidos con el hilo principal de la historia, de tal manera que no se perciben como ajenos. Es un fragmento semipastoril que plantea otro «caso de amor». El rico Camacho va a casarse con Quiteria, pero esta ama al pobre Basilio y es amada por él. Basilio finge su suicidio y pide antes de morir como última voluntad que le casen con Quiteria. Camacho no está de acuerdo, pero no se atreve a contradecir la opinión de los asistentes, compa- decidos del falso moribundo. Una vez casados, descubren el engaño y los bur- lados quieren vengarse del burlador, pero don Quijote lo defiende y defiende los derechos del amor verdadero con razones convincentes para todos menos para Sancho, que ve algunas ventajas en que la muchacha se case con Camacho y así participe de sus riquezas y de la buena mesa de la boda, a la que él rinde entusiasmado tributo. Continúan las aventuras del caballero con el descenso a la cueva de Montesinos (cap. 22), que está muy cercana a las Lagunas de Ruidera, donde don Quijote se ratifica, mediante una revelación soñada de Merlín, en el encan- tamiento de Dulcinea, lo cual le mantiene en permanente angustia hasta el final del libro. Luego sucede la aventura del rebuzno y el encuentro en una venta con maese Pedro y su retablo. Este no es otro que el bellaco Ginesillo de Pasamonte de la Primera parte, que recorre la Mancha de Aragón disfrazado de gitano con un parche en un ojo. Lleva un mono adivino al hombro y repre- senta en un retablo de títeres el romance de Gaiferos y Melisendra. Cuando los moros están a punto de capturar a los fugados amantes en la representación, don Quijote arremete con su espada y hace trizas el teatrillo de Ginés. Estamos en el capítulo 28. En el siguiente, la acción da un salto de lugar, desde La Mancha de Aragón al río Ebro. El plan trazado al final de la Primera parte, la asistencia a las justas de Zaragoza, se debe cumplir. Después de la aventura del barco encantado del Ebro, la ilustre pareja se encuentra con una no menos ilustre duquesa que viene en hábito de cazadora. Comienza ahora un extenso episodio que va desde el capítulo 30 al 57, el episodio de los duques. El ambiente rural en el que hasta entonces se ha des- arrollado la vida de los héroes llega por primera vez a una auténtica corte pala- tina, aunque todo sea un fingimiento de los duques que toman a don Quijote y Sancho como bufones para entretenerse. Son los duques nobles eutrapélicos, propios de su época. Se consideraba correcto que los «caballeros de buen gusto» utilizaran a locos no furiosos, bobos, enanos (véanse Las Meninas, de Velázquez), deficientes y bufones para el entretenimiento de la corte. Por mucho que repugne a la sensibilidad actual, no cabe negar la gracia de un loco para el entretenimiento. Un mayordomo se encargará de organizar las diversio- nes de los duques y fingirán la aventura de la condesa Trifaldi o de la dueña Dolorida, el vuelo de Clavileño, la profecía del mago Merlín, que crea un tema que reaparecerá continuamente hasta el final: Dulcinea está encantada y para desencantarla Merlín propone la única solución de que Sancho debe recibir tres mil trescientos azotes. Este está abrumado, pero todos, sobre todo don Quijote, le apremian y, después de muchas protestas, consigue la prerrogativa de que se los dará él mismo, aunque el socarrón, cuando por fin decide dárse- los cobrándolos a buen precio, se los dará en las cortezas de los árboles. Por primera vez van a separarse don Quijote y Sancho, porque este va a ser nombrado gobernador de la ínsula anhelada: la ínsula Barataria. El libro se con- vierte en un auténtico Carnaval: Sancho es recibido en la Ínsula con grandes muestras de entusiasmo, aunque sus súbditos están asombrados de la peque- ñez y la gordura del nuevo gobernador. El gobierno tiene también sus sinsabo- res porque un medico infernal, licenciado por Osuna, don Pedro Recio de Agüero, natural de Tirteafuera, vela por la salud del gobernador y no le deja probar ningún plato en medio de retahílas de aforismos médicos en latín maca- rrónico. Sancho actúa con prudencia repartiendo justicia entre sus súbditos con mucho sentido común, pero las burlas a que le someten le convencen de su falta de idoneidad para el gobierno, de tal manera que lo abandona, pero, al ir a reunirse con don Quijote, él y su jumento se precipitan en una fosa. Es una alegoría de las caídas de príncipes y de la rueda de la Fortuna. Mientras tanto don Quijote recibe de noche en su aposento la visita de una dama. Él la confunde con la hija del señor del castillo que viene a disfrutar de los encantos del caballero y no sabe cómo salir del apuro, porque tampoco está muy seguro de la idoneidad de su ropa interior para una aventura amorosa; pero resulta ser una atribulada dueña de venerables tocas, doña Rodríguez, que es tan simple que cree que de verdad don Quijote es un «desfacedor de agravios» y viene a que le desfaga uno a ella: su hija, la joven Rodríguez, ha sido seducida y abandonada y está en un avanzado estado de preñez. El ofen- sor no quiere casarse con ella. Es el momento en que don Quijote ayude a una menesterosa. Se produce el desafío, pero los duques hacen que, en lugar del ofensor, que se ha fugado, luche contra don Quijote el lacayo Tosilos y que este lo venza. Pero el simpático Tosilos ve a la joven y preñada Rodríguez y se ena- mora de ella, con lo que se deja derrotar por don Quijote para que lo casen con la muchacha. Después conoceremos que los duques se han vengado de Tosilos por no obedecerlos y le han degradado de lacayo a cartero. Los acontecimientos históricos de la España contemporánea son reflejados por Cervantes en esta Segunda parte con mayor profusión que en la primera, como sucede con la expulsión de los moriscos, que se produjo mediante sen- dos decretos reales de 1609 y de 1613. Así, Sancho se encuentra con el tende- ro de su pueblo, Ricote el morisco (cap. 54), que está vestido de peregrino acompañado de unos alemanotes; ha tenido que salir del país por la expulsión y ha ido a Alemania, pero ahora ha regresado para volverse a ir con su familia y con un tesoro que ha dejado escondido. Su salvoconducto para caminar por España son unos huesos de jamón y una enorme bota de vino, prueba de su no pertenencia a la raza maldita. La actitud de Cervantes ante el problema no parece ser la oficial, porque hace decir a Ricote: «Dondequiera que estamos, lloramos por España». Se expresa una solidaridad con el pueblo expulso, ya que Cervantes destaca sólo los aspectos humanos del desarraigo. La historia se rea- nudará, mas tarde en Barcelona, donde aparece la hija de Ricote, la bella moris- ca Ana Félix, y un joven cristiano de su pueblo, don Gaspar Gregorio que, ena- morado de la joven, ha preferido salir con ella al exilio superando las barreras étnicas y religiosas, aunque Ana Félix, al contrario que su padre Ricote, se había vuelto previamente cristiana. Reunidos de nuevo caballero y escudero deciden abandonar a los duques no sin recibir antes don Quijote la visita de Altisidora que finge estar enamora- da de él. Cervantes no permite que se queden en la corte palatina de los duques como bufones eutrapélicos y les da la libertad: Cuando don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembaraza- do de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asumpto de sus caballerías, y volviéndose a Sancho le dijo: —La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres (II. 58). Se ponen en camino y les ocurre después un encuentro con unos toros, que atropellan a don Quijote (cap. 58). Llegan a una venta donde el caballero se entera de que existe impresa una segunda parte sobre un falso don Quijote (cap. 59). Para desmentir al autor apócrifo y dejarlo por embustero, don Quijote decide no ir a Zaragoza y se encaminan a Barcelona. Cervantes incorporará más adelante a su novela al personaje de don Álvaro Tarfe, creación del Quijote de Avellaneda. En el capítulo siguiente se encuentran con un auténtico héroe, ante el cual la figura de don Quijote palidece, el catalán Roque Guinart (Rocaguinarda), un personaje histórico, un bandolero que por entonces asolaba Cataluña. Se inter- cala aquí el episodio de Claudia Jerónima y Vicente, otro «caso de amor», en el que la protagonista mata por celos infundados a su amado. Don Quijote llega a Barcelona con un salvoconducto de Rocaguinarda y allí es acogido por don Antonio Moreno, que le muestra la cabeza encantada (caps. 61-62). Visitan la que se ha identificado como imprenta barcelonesa de Sebastián de Cormellas donde se está imprimiendo el falso Quijote de Avellaneda, y asiste en la playa de Barcelona a la captura de un bergantín pira- ta. Es el momento en el que se reanuda la historia de la morisca Ana Félix. En el capítulo 64 es vencido don Quijote en la playa de Barcelona, por Sansón Carrasco, ahora disfrazado bajo el nombre de El Caballero de la Blanca Luna, el cual le obliga a volver a su aldea y a renunciar durante un año a sus veleidades caballerescas. Pero Sansón no logra que don Quijote reconozca que Dulcinea no es la mujer mas hermosa de la tierra. Ella es la más hermosa y él el caballero más desdichado por no haber sabido defender, con la fuerza de su brazo, su verdad. Apenado, deprimido y desnudo de sus armas, emprende el regreso a su tierra y piensa entonces en hacerse pastor (cap. 67): son los dos ideales del Renacimiento fracasados, la caballería andante y el mundo feliz de la Arcadia. Pasa de nuevo por el palacio de los duques donde le siguen haciendo burlas, a costa de Sancho y de sus azotes. Antes de llegar a su pueblo, siente tristes presagios. Se siente enfermo y agotado, al borde de la muerte. Pero antes de morir, recupera la razón, se con- vierte en Alonso Quijano el Bueno, hace su testamento y muere. Cervantes finaliza lanzando una última invectiva a sus enemigos literarios, que lanzaron contra él el Quijote de Avellaneda: «Tate, tate, folloncicos». LLaa lleenngguu aa yy eell eessttiilloo ddeell QQuuiijjoo ttee El Quijote es una obra en la cual se encierra el ideal de estilo del Renacimiento que ya se expresó en los primeros escritores de este movimien- to literario, Garcilaso de la Vega y Juan de Valdés: huir de la afectación. La afectación es el vicio vitando, el que hay que evitar. Y Cervantes, un hombre del Renacimiento que escribe en pleno Barroco, lo expresó con total claridad cuando Maese Pedro recomienda al muchacho que está relatando el romance de Gaiferos y Melisendra, escenificado en el retablo de su nombre, que huya de ella: «Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala» (II. 26). Por eso la lengua del Quijote es una lengua culta que se expresa con total naturalidad y claridad. Cervantes nos contó la historia de don Quijote con una lengua literaria cercana al habla. Su ideal de estilo se muestra a través de las palabras de Sansón Carrasco: —Eso no —respondió Sansón—; porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella; los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran, y, finalmente, es tan trillada y tan leída, y tan sabida de todo genero de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante», y los que más se han dado a su letura son los pajes. No hay antecámara de señor, donde no se halle un Don Quijote; unos le toman, si otros le dejan; estos le embisten y aquellos le piden; finalmente, la tal historia es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta agora se haya visto; porque en toda ella no se descubre, ni por semejas, una palabra deshonesta, ni un pensa- miento menos que católico (II. 3). Por eso vemos en Cervantes lo que para la mirada neoclásica y preceptista del estupendo –por otros motivos– Clemencín eran descuidos y desaliños de su prosa y no es sino el reflejo del habla cotidiana que entra a raudales en ella: la frase «escribo como hablo» sigue siendo el ideal cervantino, como dijo en oca- sión memorable Juan de Valdés. Así, Cervantes pudo escribir con total tranqui- lidad: «[El cura] pidió las llaves a la sobrina del aposento», porque así es como habla la gente, sin preocuparse de si el sintagma del aposento depende sintác- ticamente y debería ir detrás de las llaves o de la sobrina. Los lectores saben que los aposentos no tienen sobrinas pero sí llaves, y eso basta para captar el sentido de la frase. Mención especial merece el uso de la «fabla» arcaizante que emplea don Quijote en los episodios en que quiere imitar el habla medieval de los caballe- ros andantes. Por ejemplo cuando se dirige en su primera aventura a las mozas del partido la Tolosa y la Molinera les dice: «Non fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno, ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras pre- sencias demuestran» (I. 2). Los personajes que interactúan con don Quijote emplean también la «fabla», de manera irónica, para darle la replica al caballe- ro, como en este caso Juan Haldudo el Rico, el vecino del Quintanar: «Llamad, señor Andrés, ahora —decía el labrador— al desfacedor de agravios; veréis como no desface aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo como vos temíades» (I. 4). Se caracteriza este modo de hablar por el empleo de f en lugar de h: fuyan, desfacedor, desfecho, ferido; utiliza non en lugar de no: non fuyan, non fuyáis; palabras anticuadas como ca, aína, desaguisado, aqueste; duplicación de determinantes: las vues- tras mercedes; etc. Las prevaricaciones idiomáticas de Sancho son una fuente continua de comicidad. Y sirven para poner de relieve la enorme distancia entre la condi- ción de villano del personaje y su deseo de ascenso social. Don Quijote le está prometiendo que, cuando él sea rey o emperador, le hará conde, lo cual no arredra al escudero: —Sea par Dios —dijo Sancho—; que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me basta. —Y aun te sobra —dijo don Quijote—; y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso, porque siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza, sin que la compres ni me sirvas con nada. Porque en haciéndote conde, cátate ahí caballero, y digan lo que dijeren, que a buena fe que te han de llamar señoría, mal que les pese. —Y ¡montas que no sabría yo autorizar el litado! —dijo Sancho. —Dictado has de decir, que no litado —dijo su amo. —Sea ansí —respondió Sancho Panza— (I. 21). La lengua de la época de Cervantes tiene algunas peculiaridades que el lec- tor debe conocer antes de adentrarse en la lectura del libro, peculiaridades que hemos respetado en esta edición. Así, en el nivel fónico, se producía un afloja- miento en la pronunciación de los grupos consonánticos cultos procedentes del latín: decían correción por corrección, juridición por jurisdicción, aflición por aflicción, efeto por efecto, retor por rector, solenes por solemnes, aceto por acepto, exceto por excepto, perfeta, por perfecta, etc. La x es un fonema culto latino, que nunca se ha pronunciado en español plenamente como [ks], sino que su pronunciación se afloja es [s] en la época de Cervantes, por lo que man- tenemos la grafía s en palabras con x: estraña, estremado. Sin embargo, en la lengua escrita, también se producía lo contrario, podían escribir con grupos cul- tos consonantes que ahora se han reducido, por lo que mantenemos la grafía de los pocos casos en que esto se produce: asumpto por asunto. En la actuali- dad el artículo la se cambia por el delante de un nombre femenino que empie- ce por a tónica (el hacha afilada, el aula tercera); en la época de Cervantes este fenómeno ocurría incluso delante de a átona: el ayuda, el albarda. Se producí- an también vacilaciones en las vocales átonas de una palabra que cambiaban de timbre: recebido, invidia, metad, mesmo, por recibido, envidia, mitad, mismo. Se producen también asimilaciones consonánticas entre la r del infini- tivo y la l del pronombre personal enclítico: oílle por oírle, y comunicallo, dalle, honralle, festejalle, regocijalle. A veces se empleaba también la paragoge o e paragógica, como arcaísmo: felice por feliz. En el nivel morfosintáctico se producían también peculiaridades, como la utilización del pronombre personal enclítico en la lengua escrita acompañando a verbos: conocile por le conocí, y admireme, alegreme, diole, preguntole, que, de acuerdo con la reforma ortográfica académica de 1999, no acentuamos. Se conservaban las terminaciones medievales en -ades, -edes, -ides, de la segun- da persona del plural de las formas personales de los verbos: pudiéredes, hicié- rades, entendiérades, veredes y formas también arcaicas, como rompido por roto, trújole por trájole. En el nivel léxico-semántico es necesario destacar que a veces el pronom- bre personal de tercera persona él, ellos, se emplea en lugar del de segunda persona tú, vosotros. Así, comenzando por él significa comenzando por ti; tam- bién le volverá a él significa también te volverá a ti; ahí lo podrán ver ellos equi- vale a ahí lo podréis ver vosotros. Aparecen también giros que tienen un senti- do ahora inusual; así, en la aventura del vizcaíno, don Quijote justifica el espa- dazo que le ha dado al pobre vizcaíno y dice: «puesto que me lo tenía bien merecido», lo cual significa: «aunque, para mí, él lo tenía bien merecido». Al final de esta Introducción incluimos un Glosario, que podrá ser consul- tado por el lector para aclarar el significado de algunos términos y expresiones a las que no podemos alcanzar con las notas. UUnnaass ppaallaabbrraass ffiinn aalleess Cervantes era un hombre culto y verdaderamente sabio. Frente a la opi- nión de toda una tradición critica que se inicia con su coetáneo el toledano Tomás Tamayo de Vargas, que en su Junta de libros dijo de él: «Ingenio, aun- que lego, el más festivo de España», Américo Castro66 demostró la cultura, ver- daderamente humanística y profunda, que atesoraba Cervantes. Pero Tamayo, que era uno de los adversarios de Cervantes y que formaba parte de un círcu- lo de escritores eruditos que se agrupaban alrededor de Lope de Vega, tuvo éxito en su caracterización cervantina. La idea interesada de un Cervantes inge- nio lego (o sea, inculto, ajeno al mundo universitario) se extendió casi sin dis- cusión, y aún hoy la escuchamos repetida por críticos –y no críticos– más o menos despistados. Lo que ocurría en su época es que Cervantes estaba en contra de la presunción, de la pedantería y de la erudición superficial que empedraba los escritos de sus rivales de citas en latín, de «falsa erudición», sacada de catálogos de citas, de officinas y polyantheas, y se burló de ellos en el Prólogo de la Primera parte y en otros momentos de su obra. Les dio la bata- lla a sus eruditos rivales y logró hacer triunfar lo que es un logro de la moder- nidad: la defensa de la verdad en la Historia y de la verosimilitud en la Literatura. Todo ello frente a los disparates de que estaban llenos, no sólo los libros de caballerías –estos eran la excusa–, sino parte de la literatura contem- poránea (las comedias, los poemas heroicos, algunas novelas) y los propios libros de Historia que por entonces estaban siendo escritos por los «falsificado- res de la Historia» que se inventaban los llamados «falsos cronicones» (en defensa de los cuales salió el propio Tamayo de Vargas). Con Cervantes nace la novela moderna, que tiene como principal logro la conquista de la verosimi- litud, la «imitación» aristotélica de la verdad, en suma, nace la novela realista de ambiente contemporáneo. 6 Vid. Bibliografía esencial. LLaa pp rreesseennttee eeddiicciióónn El texto de la presente edición está basado en la de Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla77, reproducción crítica del texto de las ediciones príncipes de 1605 y 1615, el cual sometemos a una profunda reelaboración de carácter ortográfico, adaptándolo al público mayoritario al que esta edición va dirigida. En esa adaptación hemos tenido en cuenta en ocasiones las lecciones de la tra- dición crítica textual diferentes de la de Schevill-Bonilla. El texto está escrito de acuerdo con las últimas normas ortográficas académicas88, pero respetamos las peculiaridades lingüísticas de la época de Cervantes de las que hemos hablado más arriba. Dadas las exigencias editoriales (dar un texto del Quijote en un solo volu- men), las notas al texto son pocas y tienen la mayoría un carácter orientativo, favorecedor de la lectura. Tal escasez puede suplirse con el Glosario que se incluye al final de esta Introducción y con la Bibliografía esencial, «para saber más», de ediciones y estudios, que también aparece a continuación, donde el lector interesado podrá ampliar sus conocimientos. BBiibblliioo ggrraaffííaa eesseenn cciiaall Incluimos a continuación algunos libros en los que el «desocupado lector» –o el muy ocupado en sus ratos de recreación, que no siempre ha de estar el arco armado, como dijo Cervantes– podrá encontrar respuesta a sus pregun- tas. Es una selección mínima, en la que recogemos algunos de los libros que consideramos fundamentales para estudiar y enfocar la magna obra cervanti- na. Sin duda no están todos los que son. Si se echa de menos algún estudio, en la edición del Quijote de Murillo y en la dirigida por Rico, que se citan a con- tinuación, el lector podrá encontrar una amplia bibliografía, actualizada hasta la fecha de ambas ediciones. Igualmente recomendamos la visita a la «Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes», de la Universidad de Alicante, www.cervantesvirtual.com, y a los enlaces que en ella aparecen. Ediciones: • Cervantes Saavedra, Miguel de, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Edición IV Centenario, adornada con 356 grabados de Gustavo Doré, enteramente comentada por Clemencín y precedida de un estudio crí- tico de Luis Astrana Marín, más un índice resumen de los ilustradores y 7 Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla, Obras completas de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid, Imp. de Bernardo Rodríguez, Gráficas Reunidas, 1914-1941, 18 v.; El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, Gráficas Reunidas, 4 v.: I, 1928; II, 1931; III, 1935; IV: 1941. Tomamos el texto de Schevill tal como aparece en la «Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes», de la Universidad de Alicante (www.cer- vantesvirtual.com), a la que agradecemos las facilidades que nos ha dado para dis- poner del mismo. 8 Real Academia Española, Ortografía de la Lengua Española, edición revisada por las Academias de la Lengua Española, Madrid, Espasa, 1999. comentadores del Quijote por Justo García Morales, Valencia, Editorial Alfredo Ortells, 2001. • Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, edición de Luis Andrés Murillo, Madrid, Clásicos Castalia, 1978, 3 v.; III: «Bibliografía fundamental», hasta la fecha de publicación. • Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, edición de John Jay Allen, Madrid, Cátedra (Letras Hispánicas), 1994, 2 v. • Cervantes, Miguel de, Obra completa, ed. Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, Madrid, Alianza Editorial, 1995-1998 (21 v. con los textos en dis- quete). • Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Instituto Cervantes-Crítica, 1998, 2 v. Incluye, en el segundo volumen, una bibliografía bastante comple- ta sobre la obra. • Fernández de Avellaneda, Alonso, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ed. Luis Gómez Canseco, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000. Estudios: • Castro, Américo, El pensamiento de Cervantes [1025], Barcelona, Crítica, 1987. • De Riquer, Martín, Para leer a Cervantes, Barcelona, Acantilado, 2003. • Eisenberg, Daniel, La interpretación cervantina del Quijote, Madrid, Compañía Literaria, 1995 • Gilman, Stephen, Cervantes y Avellaneda. Estudio de una imitación, México, El Colegio de México, 1951. • Iffland, James, De fiestas y aguafiestas: risa, locura e ideología en Cervantes y Avellaneda, Universidad de Navarra.- Madrid: Iberoamericana; Frankfurt am Main: Vervuert, 1999. • Montero Reguera, José, El Quijote y la crítica contemporánea, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1997. • Redondo, Augustin, Otra manera de leer el «Quijote», Madrid, Castalia, 1997. • Riley, Edward C., Teoría de la novela en Cervantes, Madrid, Taurus, 1989. • Riley, Eward C., Introducción al «Quijote», Barcelona, Crítica, 2000. GGLLOOSSAARR IIOO a o por dicha: por ventura, por casualidad. abernuncio: de ab renuntio: «renuncio a ello». acaso: casualmente. adarva: asombra. además o a demás: en demasía, sumamente, con exceso; pensativo a demás: muy pensativo. a deshora: a la hora menos pensada, de pronto, de improviso. agora: ahora. aína: pronto. ál: otra cosa. allombre: al hombre. ansí: así. apriesa: aprisa. asisten: están. astroso: desastrado. atender: esperar. aunque más: por más que. avenir: suceder. bene quidem: muy bien, de acuerdo. bucólica (la): la comida. ca: porque. cayo, caya: caigo, caiga. catar: mirar. cena: escena. coima: «muchacha», del árabe. cohonda (que Dios): que Dios confunda continuar: frecuentar. correrse: avergonzarse. curar: cuidar. defendían: prohibían. dél, dellos: de él, de ellos. de espacio: despacio. de industria: adrede. designio: plan. después acá: desde entonces hasta ahora. después que: desde que. deste: de este. distinto natural: instinto natural. duecho: ducho, experto. esotro: ese otro. fisga: burla, broma. harbar: hacer algo deprisa, de manera chapucera. harón: perezoso. hoto: confianza, favor, protección. huésped: el que hospeda, y también el que recibe hospedaje. lanternas: linternas. leyenda: lectura. luego: inmediatamente, en seguida; «el que luego da, da dos veces». maestro: médico. maguer: aunque. mancebo: mozo, joven. miémbresele: acuérdesele. maza: mala; en expresiones como «Mirá en hora maza», «Mirad en hora mala». norabuena: en hora buena. oíslo (mi): mi mujer. omecillo: enemistad, contienda, riña. otro día: al otro día, al día siguiente. parecer: aparecer. pensar jumentos: dar pienso a jumentos. pero: sino; a veces «sin embargo», como italianismo. plática: práctica. presentar: regalar. prometer: permitir. proprio: propio. puesto que: aunque, dado que. puridad: secreto. recordar: despertar; como en Jorge Manrique: «Recuerde el alma dormida». relasos: relapsos, reincidentes. respetos: respectos. retrete: habitación retirada, retirata. roballa: secuestrarla. saludes (las): los saludos. sandio (palabra de acentuación llana): tonto, memo, de sandez. se parecen: aparecen. suceso: éxito. sujeto: tema. suso: arriba. tal vez: alguna vez, a veces, tal o cual vez. tamaña: tan magna, tan grande. tanto cuanto: algún tanto, algún poco. todavía dan gusto: siempre dan gusto. trayo: traigo. trastulo: burlón, bufón. trujeres: trajeres. uno... otro: una cosa... otra cosa; «uno pensaba don Quijote y otro el de los Espejos». vais, vamos: vayáis, vayamos. vegadas: veces. vía, víamos: veía, veíamos. voacé: vuestra merced, usted. volver: a veces significa «traducir»; volver por: defender, salir en defensa de. E L I N G E N I O S O H I D A L G O D O N Q V I X OT E D E L A 1AN C H A , C()mp11ejlo ¡or /vrígue/ Je CtruanteJ Saat1(dr1+, D I R I G I D O A L D V QV E D E B E I A R , Mrqucs de Cibraleon, Conde de Bnakan ,y flaii• res , Vi 1,conde